¡Al presidente Andrés Manuel López Obrador se le acaba el tiempo para consolidar su proyecto de nación! Esta sensación de urgencia ha llevado a la Administración Pública Federal a tomar decisiones precipitadas, ineficientes y sin sustento técnico o jurídico.
Para resumir la historia, en enero de 2022 se publicó el nuevo plan de estudios de educación básica, con el fin de que los estudiantes aprendan de una forma integrada (sin separar por materias) y diferenciada (según sus contextos). Sin embargo, aunque el plan se modificó a lo largo del año, no se le sumaron acciones concretas para materializarlo en las aulas.
Un amparo promovido por la organización Educación Con Rumbo detuvo la primera fase de implementación: una prueba piloto que comenzaría en octubre. Se argumentó que el plan carecía de un estudio formal, tampoco tenía claridad sobre las asignaturas, el contenido curricular ni las evaluaciones.
Aunque en su momento la SEP acató la sentencia, no ajustó su calendario y se espera que el plan se implemente de forma generalizada en el ciclo escolar 2023-2024. Como quien dice, solo ganaron tiempo sin evaluar la estrategia.
En este sentido, el magisterio arrancó este año con el Taller Intensivo de Capacitación Continua que, aunque suena a un esfuerzo de formación, buscó instruir a los docentes sobre el nuevo plan de estudios: desde las definiciones hasta delinear un esbozo de plan analítico. Debo de reconocer que, con todo y que tengo una maestría, se me dificultó entender los detalles del Taller y lo que se espera de parte de los docentes.
Los insumos oficiales son documentos preliminares, plagados de términos técnicos. Incluso los videos de apoyo solo describen teoría sin incluir ejemplos aterrizados.
Por lo que entiendo, la SEP publicará los “programas sintéticos” donde se definen los aprendizajes prioritarios que se deberán alcanzar en cada grado. La comunidad escolar traducirá estos programas a la luz de su contexto y de los intereses de sus alumnos, lo cual quedará plasmado en “programas analíticos” con los que cada maestro hará su propia planeación didáctica. Este proceso se conoce como codiseño.
A esta dinámica, ya de por sí compleja, hay que sumarle que los docentes enfrentan las secuelas de la pandemia: atrasos o pérdidas de aprendizajes y afectaciones socioemocionales. En este contexto, ¿fue eficiente enfocar la capacitación en una explicación exprés del plan de estudios? ¿Es suficiente cuatro días para que los maestros transformen su método de enseñanza? ¿Acaso no se desaprovechó la oportunidad para formar a los docentes en habilidades útiles para manejar las secuelas de la pandemia?
Este 2023 sugiero tener en la mira lo que sucede en la SEP. Es cierto que la educación, en México y el mundo, requiere de una disrupción para que los estudiantes aprendan mejor y desarrollen todas las habilidades, capacidades y aptitudes que requieren para entrar a un mercado laboral cada vez más competido. Sin embargo, dicha disrupción debe basarse en evidencia, poner a los estudiantes en el centro y ofrecer herramientas para que las escuelas y los maestros puedan realizar su misión.
Agradezco a Fernanda Domínguez, coordinadora de Educación del IMCO, el rebote de ideas para escribir esta columna.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en Expansión.
16-01-2023