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El chef, Bichir y el ajolote

Un renacuajo sonriente me dio la bienvenida a Londres. En el otoño de 2011 al aterrizar en Heathrow, el aeropuerto de la capital británica, me encontré ante una costosa y omnipresente campaña de publicidad protagonizada por un simpático ajolote. ¿Qué vendía esa larva de anfibio? El renacuajo cumplía con la función de ser embajador turístico de México ¿Quién pagó los anuncios con el incipiente batracio? Todos esos comerciales los pagaste tú con tus impuestos. Junto a la foto del bichito subacuático se leía, en inglés y con letras chiquitas, que México es unos de los 5 países con mayor biodiversidad en el planeta.

Me imaginé al tipo de turista que le dice a su esposa: “¡Mi amor, qué crees, en México hay ajolotes! Voy a pedir vacaciones. Tenemos que apartar nuestro vuelo desde hoy”. Después mi imaginación trató de recrear la sala de juntas de la agencia de publicidad, donde un grupo de “creativos” escogió la foto del renacuajo como el mejor anzuelo para pescar viajeros: “Tenemos que pensar fuera de la caja. México es más que pirámides, playas y mariachis. La imagen que se debe proyectar al mundo es la de un carismático gusarapo”.

En desagravio del renacuajo y del publicista es justo reconocer que, en 2011, México recibió 22.67 millones de turistas internacionales, cifra récord desde 1980, cuando se empezaron a realizar estas mediciones. Más allá de mi incapacidad para entender el magnetismo mercadológico de un ajolote es un hecho contundente que nuestro país tiene problemas de imagen. La espiral de violencia de los últimos años se ha convertido en la narrativa más persistente de México en el mundo.

Ante una circunstancia de decenas de miles de muertos, ¿resulta frívolo preocuparnos de los problemas de la imagen que tiene nuestro país? El turismo representa cerca del 9% del PIB nacional, es el imán de una tercera parte de las divisas y genera cerca de 2.5 millones de empleos. En 2011, la Inversión Extranjera Directa representó un total de 19 mil 439 millones de dólares. Las decisiones de viajar o invertir en un país están fundamentadas en percepciones basadas tanto en hechos como prejuicios. El problema de la inseguridad en México podría ser muy distinto si la economía creciera al 5 o 6% de manera sostenida por varios años. Esta hipotética expansión económica dependería en buena medida de las percepciones que genere nuestro país en la comunidad internacional. Como sostiene Roberto Newell: “Si hoy preguntamos al mundo cuál es nuestra reputación, probablemente nos digan algo que no queremos oír”.

¿Hay algo que deba hacer el gobierno federal para revertir las asociaciones negativas que conlleva el nombre de nuestro país? ¿Es necesario contratar a una nueva generación de ajolotes para que pongan en alto el nombre de la patria? Una estrategia promocional financiada por el gobierno tiene un déficit de credibilidad semejante al que padece una campaña electoral.

Las nominaciones al Óscar de Demian Bichir y el camarógrafo Emmanuel Lubezki hacen mucho más por reinventar las percepciones de México que el batallón de renacuajos que inundó el aeropuerto de Heathrow. Hace un mes, la revista El País Semanal buscó a los 20 “grandes cocineros del mundo” para imaginar lo que sería su última cena. En esa selecta lista de los mejores chefs del orbe estaban dos mexicanos, Enrique Olvera y Martha Ortiz. Estos talentos individuales tienen mucho más credibilidad que el publicista más caro que pueda pagar el presupuesto federal. Ser actor de cine o dueño de un restaurante son dos de los empleos más demandantes que puede haber en una economía. Tus críticos pueden destrozar tu trabajo a los 30 minutos de empezar la película o al primer bocado del platillo. Bichir, Lubezki, Olvera y Ortiz son profesionales de clase mundial producto del talento y el esfuerzo. Sólo un contexto de meritocracia y competencia permite el desarrollo de mexicanos de este talante. Mientras que en un entorno de aguas estancadas y pantanos crecen los ajolotes.