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El último tren a Norteamérica

La política energética de México confundió a nuestro petróleo con la última coca-cola en el desierto. Por si osare un extraño capitalista, profanar con sus inversiones nuestro subsuelo, construimos prohibiciones constitucionales para impedir que se atrajeran recursos y nuevas tecnologías al sector energético.  Pasamos demasiados años explorando los yacimientos de nuestro ombligo. Este ejercicio de auscultación introspectiva, estuvo basado en una premisa equivocada: El futuro es un lugar muy parecido al presente.

Un brusco movimiento de las placas tectónicas ha cimbrado el mercado global de hidrocarburos. El terremoto no dejó ladrillo sobre ladrillo y transformó para siempre el orden energético internacional. Antes nos preocupaba el agotamiento del petróleo, ahora con los cambios tecnológicos en la industria energética, nos deben ocupar las consecuencias de su sobreabundancia. Entre 1980 y 2011, las reservas probadas de petróleo en el mundo aumentaron 142%, mientras que la demanda sólo creció 44%.

Durante el siglo XX, Arabia Saudita fue un sinónimo geográfico de opulencia petrolera. Ahora el cuerno de la abundancia mudó su residencia a la orilla de nuestras fronteras.  Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, Canadá y Estados Unidos conformarán la principal región productora de hidrocarburos en el planeta. Asia, con los yacimientos de gas de China, ocupará el segundo lugar en reservas. El Medio Oriente pasará del primer al tercer lugar por su potencial de exploración y explotación. Estos cambios desestabilizarán al mundo en formas que apenas podemos imaginar.

A pesar de que nuestro país tiene el cuarto lugar en reservas de gas shale en el planeta, somos un importador neto de este combustible. Mientras en EUA hay cerca de 8 mil pozos de este tipo de gas, en México sólo hay 4. El exceso de oferta de gas ha desplomado los precios en EUA. En 2008, se pagaban 12 dólares por millón de BTU (la unidad de medida conocida como British Thermal Units), en 2012 llegó a 2.2 dólares por millón de BTU. El precio actual en EUA ronda los 3.4 dólares. El problema es que los precios de este energético son regionales y dependen en gran medida de los costos de transporte. Allá lo mueven por tuberías, aquí lo traemos por barco.  Mientras en EUA el gas está a precio de ganga, aquí lo pagamos como si fuera oro. De acuerdo a información del Reforma (20-III-2013), Pemex importó gas a 19.8 dólares por millón de BTU. Casi seis veces superior, al precio que se paga del otro lado de la frontera.

El uso primordial de este combustible es la generación de electricidad para CFE y buena parte de la industria nacional. El bajo precio del gas es el factor principal que explica el renacimiento del sector de la manufactura estadounidense. En México, el desabasto y los precios prohibitivos pueden darle al traste al burbujeante optimismo económico. Es impensable que podamos crecer al 5 o 6% si no tenemos acceso a energía barata.

Aún si en el 2013,  el Congreso aprobara cambios transformadores a nuestras normas energéticas, pasarán muchos años antes de que México sea autosuficiente en gas natural. Como sostiene el economista Luis de la Calle: una de las mejores reformas energéticas que puede implementar México, en el corto plazo, es ampliar su red de infraestructura en gasoductos para importar energéticos baratos de EUA. Si perdemos ese tren, si desaprovechamos la revolución tecnológica y energética de Norte América, se nos escapará de las manos nuestra mejor oportunidad hacia la prosperidad.

México ha construido un muro para evitar que algún extraño enemigo, se pudieran llevar un sólo barril de petróleo. La noticia del siglo XXI es que nuestra riqueza energética no despierta ni demasiado interés, ni voluptuoso apetito. Hoy una de las preguntas clave para el futuro económico de México es cómo podemos aprovechar la afluencia en el subsuelo del vecino.