Las declaraciones del presidente López Obrador sobre la posibilidad de vender gas natural a países asiáticos por el “mal negocio” de la CFE en ese mercado reflejan la visión de esta administración en temas de energía. En ella, el petróleo ocupa el lugar central y el gas natural juega un papel secundario, únicamente para alimentar las centrales de ciclo combinado –aquellas que funcionan a partir de ciclos de vapor de agua y gas– de la CFE. En el fondo, el energético clave para el desarrollo y la competitividad futura del país no es el petróleo, sino el gas natural.
Contrario a lo que afirma el presidente, México no tiene un excedente de gas natural. Entre 2015 y 2020 la producción de gas natural de Pemex se redujo en mil 600 millones de pies cúbicos diarios. Es necesario agregar que el 24% de la producción de gas natural de Pemex es nitrogenado (especialmente en el complejo Cantarell, donde se inyectó nitrógeno como parte de los esfuerzos por maximizar la extracción de crudo), lo que merma su calidad y eficiencia.
El país no cuenta con las condiciones para satisfacer su demanda de gas natural sin las importaciones de Estados Unidos, que a su vez se han beneficiado de los bajos precios en Texas y la expansión de la red de gasoductos promovida por la CFE desde 2011. En 2019 las importaciones de gas natural ascendieron a 1.8 billones de pies cúbicos, un promedio de 5 mil 540 millones de pies cúbicos diarios.
México necesita un mercado competido y competitivo de gas natural para incrementar su productividad industrial. El acceso a fuentes de energía con precios competitivos es un precursor indispensable para el desarrollo. Por su costo, disponibilidad, eficiencia y menor impacto ambiental, en México esa fuente de energía es el gas natural, además de ser un excelente combustible de transición en lo que las renovables están listas para tomar el papel protagónico. Históricamente, la red de gasoductos del país se concentró en el Golfo de México, Nuevo León y el centro del país. La correlación entre la existencia de gasoductos y el desarrollo regional de México no es trivial. Durante el siglo XX se desarrolló la industria en Nuevo León y no en Jalisco, en gran medida por el acceso a energía competitiva.
La clave para el desarrollo del sur-sureste del país está en la expansión de la red de gasoductos, no en las apuestas por la refinación o la construcción de trenes. Una vez terminada, la reconversión de la estación de compresión de Cempoala, Veracruz, que permitirá redireccionar el gas hacia el sur (originalmente éste iba de sur a norte), desde el gasoducto marino Sur de Texas-Tuxpan (que actualmente opera al 32% de su capacidad) para conectarlo con el Sistema de Transporte y Almacenamiento Nacional Integrado de Gas Natural (Sistrangas) y posteriormente en la península con el ducto Mayakán de Engie. De esta forma se estaría abordando el déficit eléctrico en la península de manera sustentable, en términos financieros y ambientales. Pretender generar electricidad en la península a partir del combustóleo, uno de los residuos pesados del petróleo que se refinará en Dos Bocas, es mucho más contaminante y costoso.
De igual manera, el éxito del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec dependerá de la expansión del gasoducto Jáltipan-Salina Cruz, para tener mayor capacidad de transporte y aprovechar el acceso al gas natural de Texas con la conexión al gasoducto marino. También, para volver redundante el ducto existente operado por el Centro Nacional de Control de Gas (Cenagas) y asegurar el abasto cuando alguno de los ductos se encuentre fuera de operación, además de garantizar el suministro competitivo en la región que permita la instalación de industrias intensivas en energía.
El gas natural es el mejor aliado del presidente en su plan para desarrollar el sur-sureste del país. Apostar por el combustóleo a costa de éste es un mal negocio para el desarrollo y la competitividad de las regiones más desfavorecidas del país.
Publicado por Animal Político
20-08-2020