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Imaginar la prosperidad

Uno de los principales problemas de la economía mexicana es un severo déficit de imaginación. La incapacidad de atisbar un futuro distinto al presente es un obstáculo político para transformar a nuestro país. El empeño por cambiar a México implica vender una serie de reformas legales y estrategias de política pública. El esfuerzo de venta necesita construir un escenario creíble sobre el bienestar colectivo que detonaría los cambios.

Un arquitecto sin imaginación es un hombre sin profesión ni oficio. La edificación de una casa o un museo es la visión de un espacio que hoy no existe. El terreno donde se lleva a cabo la obra es transformado para ajustarse al dibujo en un plano. Ese conjunto de trazos y ángulos sobre el papel es una ventana para mirar el futuro. Donde en el pasado había espacios vacíos, mañana habrá muros, pisos y techos.

La arquitectura económica de México requiere de una buena maqueta. Si se logra una reforma laboral de fondo, ¿cómo se vería la estructura del empleo en nuestro país? Si se avanza un cambio profundo en la hacienda pública, ¿cómo quedarían los cimientos de la economía formal? Si el sentido común gobernara sobre nuestra legislación energética, ¿como se elevaría la inversión de capital? Si la meritocracia fuera la columna de apoyo para impulsar la carrera magisterial, ¿cómo se fortalecería el edificio de nuestro sistema educativo?

Esas reformas jamás van a ocurrir si no podemos imaginar una nación segura y próspera. De la claridad para comunicar esa visión de país dependerá el reclutamiento de nuevos ciudadanos al esfuerzo por cambiar a México. Esa masa crítica de votantes que está dispuesta a caminar por el sendero de las reformas avanzaría con más seguridad al tener una imagen clara de la ruta y el destino. Los enemigos del cambio pagarían un costo político mucho más alto si tuviéramos una película clara del México que dejamos ir, en aras de preservar el México que tenemos.

El libro Un futuro para todos delinea la ruta de escape para que nuestro país pueda salir de la trampa de ingreso medio. No tenemos los niveles de marginación de un país pobre, pero tampoco el capital humano y las instituciones que nos permitan dejar el pantano del subdesarrollo. Nuestra economía no ha logrado pasar del crecimiento impulsado por materias primas y mano de obra poco calificada al crecimiento detonado por la productividad. El texto, coordinado por Claudio Loser y Harinder Kohli, comunica la idea de que México no tiene por qué confundir su pasado con su destino. Basta voltear la mirada a un mapamundi para encontrar evidencia de que una sociedad no está condenada a ver el porvenir como una continuidad inmutable de lo que ocurrió ayer.

Un futuro para todos plantea que, en un lapso de 30 años, el 20% más pobre de la población mexicana podría quintuplicar su nivel de ingresos. Esta posibilidad no es un cambio de matiz, sino la mayor transformación económica y social de la historia de México. Esta nueva revolución mexicana no tendría como combustible la sangre y la pólvora, sino la inversión, la productividad y el capital humano. Este cambio social no será encabezado por caudillos, sino por millones de mexicanos con la certidumbre de que el trabajo y el esfuerzo son los medios más seguros y legales para construir un patrimonio.

La viabilidad de esta ambición depende de nuestra capacidad para imaginar, pero también de nuestra habilidad para decidir y actuar. No será el viento de la inercia el que nos impulse para llegar a la otra orilla. De las decisiones que se tomen en el presente dependerá si esa visión del mañana es un destino concreto o sólo un espejismo. El advenimiento de ese porvenir puede tomar varias generaciones, pero toda gestación es precedida de un acto de concepción: la certeza inédita de que, como decía Paul Valery, nuestro futuro no tiene que ser lo que era antes.