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La recuperación que no es

Recuperación económica de México
FOTO: MOISÉS PABLO/CUARTOSCURO.COM

Este viernes tendremos la primera lectura del comportamiento de la producción en México durante el primer trimestre del año. Todo indica, con los datos que tenemos a la mano, que habrá un crecimiento alrededor del 0% en el PIB secuencial. Es decir, estancados frente al trimestre previo.

Cuando las economías tienen choques de la magnitud del que estamos viviendo debido a la pandemia es común observar un rebote importante en el periodo siguiente. Se trata, en la mayoría de los casos, de un efecto comparativo; como la producción cae significativamente, cualquier cambio en la misma en el periodo siguiente se nota más en términos porcentuales. México, por ejemplo, en 1995 se contrajo 6,3% y al año siguiente creció 6,8%. La crisis financiera de 2009 provocó aquí una caída en la producción de 5,3% y un rebote de 5,1% en 2010.

En 2020, la caída en el PIB mexicano fue 8,3%, la segunda mayor en los últimos 120 años, solo después de la de 1932, estimada en cerca de 14%. Es de esperarse, suponiendo que la pandemia lo permita y no haya otro confinamiento masivo, que este año crezcamos alrededor de 5%, según señalan los pronósticos más optimistas. Nada extraordinario, cabe agregar.

La economía estadounidense cayó 3,5% el año pasado y las expectativas de recuperación para este año rebasan el 6%. A eso sí se le puede llamar recuperación, no a los meros rebotes propios de cualquier caída. En todo caso, México acabará beneficiándose del apoyo fiscal billonario que Estados Unidos ha otorgado para hacerle frente al choque de la pandemia y de los inmensos planes de infraestructura que el presidente Biden está empezando a implementar.

Más que el rebote, lo que se volverá relevante para México será regresar a los niveles previos a la crisis, tanto de forma agregada como en términos per cápita. Pero hagamos aquí una pausa, ¿es ahí a donde queremos regresar? ¿A los niveles prepandemia? ¿A esas cifras económicas que tanto criticamos en su momento por su mediocridad? ¿A ese 2% de crecimiento promedio que hoy suena casi aspiracional?

La inversión es el indicador que, desde mi punto de vista, nos da más información sobre las expectativas del comportamiento futuro de la economía. En ese indicador se confronta la realidad con las palabras. Una cosa es decir en qué país se tendría confianza para invertir y otra, a veces muy distinta, es donde se colocan efectivamente los recursos destinados a la inversión. La inversión fija bruta en México cayó 5,1% en noviembre de 2018. No puedo mostrar la causalidad, pero me atrevería a argumentar que algún papel habrá jugado la cancelación del que hubiera sido el nuevo aeropuerto y, sobre todo, la forma en la que se tomó la decisión de parar ese proyecto. El mes siguiente volvió a caer y en una muestra, quizás inocente, de confianza, se recuperó ligeramente a inicios de 2019.

A partir de entonces, mes tras mes, la inversión cayó. Y siguió cayendo cuando llegó la covid y sus impactos se hicieron sentir. Tocó un nivel mínimo en mayo del año pasado y a partir de ahí ha mostrado alguna recuperación. El dato más reciente que tenemos es el de enero de este año y nos muestra que la inversión se encuentra en niveles similares a los que tenía a mediados de 2006. Hemos perdido 15 años de inversión en dos de Gobierno.

La inversión extranjera directa también ha caído. Las cifras de la Secretaría de Economía —siempre incompletas, cabe aclarar— muestran una reducción en 2020 de 14,7% en los flujos de entrada al país. La balanza de pagos al cierre de 2020 muestra una salida en inversión directa por 22.551 millones de dólares. Los recursos que entraron al país fueron inversión de portafolio. Sin duda algo de esto puede deberse al coronavirus, pero con las decisiones tomadas en materia económica dudaría que esa fuera la única explicación.

La lista de decisiones que marcadamente desincentivan la inversión se alarga cada semana. Empezó hace más de dos años con la cancelación del aeropuerto, pero en semanas recientes hemos visto la súbita aprobación de la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica y de la nueva Ley de Hidrocarburos.

Que a esta Administración no le gusta la inversión privada ya no debería de ser sorpresa para nadie. La sorpresa sería que a pesar de todas las señales que se mandan a los inversionistas, estos decidieran aún poner sus recursos de forma consistente en México. No soy optimista, pero considero que dentro de la Administración del presidente López Obrador deberían empezar a ver lo que la realidad les muestra para poder corregir el rumbo. Si esto no cambia, seguiremos esperando una recuperación que no se dará.

Publicado en El País

29-04-2021