Algo pasa en el país que limita la participación de las mujeres en el mundo laboral. Ese “algo” puede ser complejo y por diversos factores. Empezando desde el ámbito familiar, en ese amplio espectro habrá causas culturales, sociales, educativas —por supuesto—, falta de apoyos para el cuidado de los hijos y de los mayores, entre otros. En fin, una dificultad tras otra.
Las radiografías del mercado laboral femenino han mostrado siempre las diferencias. Con los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo sabemos que las mujeres representaban el 53 % de la población mayor de 15 años en diciembre de 2019. Ese grupo de personas mayores de 15 años se divide a su vez en población económicamente activa y la noeconómicamente activa. El primer grupo se refiere a la fuerza laboral, es la población que ofrece sus servicios laborales independientemente de tener un empleo (estar ocupados) o estar buscando uno (desocupados).
A finales de diciembre del año pasado había 57.5 millones de personas mayores de 15 años, de las cuales 30.5 millones eran de sexo femenino. De ahí pasamos a la población activa y es donde empezamos a ver diferencias notables. Por ejemplo, 77 de cada 100 hombres mayores de 15 son económicamente activos, es decir, tiene o busca tener un empleo. En el caso de las mujeres, únicamente 45 de cada 100 tienen ese interés. Podría tratarse, desde luego, de decisiones voluntarias y personales, pero el dato llama la atención si se compara con otras economías, en particular con otros países latinoamericanos, naciones que en alguna medida podrían tener semejanzas con nuestro país. La participación de la mujer en la economía mexicana es menor que la de El Salvador, diez puntos más baja que la de Brasil y sólo mayor a la de Puerto Rico, Guatemala, Cuba y Guyana. México es la segunda economía más grande de Latinoamérica, sólo después de la brasileña, y la decimoquinta a nivel mundial. La participación que tienen las mujeres mexicanas en la población activa no corresponde a la relevancia económica del país en el mundo.
La segmentación no empieza a partir de la población activa y por supuesto tampoco termina ahí. De acuerdo con un estudio de McKinsey,1 las diferencias están desde la entrada al primer empleo. En el sector privado, 37 % de quienes entran inicialmente a un empleo son mujeres. Pero poco a poco las mujeres participan menos en el escalafón laboral. En los comités ejecutivos sólo se observan 10 % de mujeres y ese porcentaje se reduce a 8 % cuando se trata de direcciones generales. Las diferencias empiezan pronto y se van acentuando.
Pasa lo mismo con los salarios. En el nivel de entrada, las mujeres ganan 8 % menos por el mismo trabajo. A nivel gerencia o dirección general perciben un salario 10 % menor y la diferencia llega a 22 % en los comités directivos.
Mucho se ha hablado de la paridad en el sector público, pero tal paridad se queda en el discurso. Si bien la actual legislatura casi logra una participación igualitaria —49.2 % de mujeres en el Senado y 48.2 % en la Cámara de Diputados— y la Administración Pública Federal reporta una composición paritaria, sólo el 18 % de los cargos titulares de instituciones son ocupados por mujeres.2
La participación femenina en la economía, ese 44.9 % del que hablamos hace unos párrafos, si bien es baja, ha mejorado con el tiempo. En 2005 era 40.6 %, mientras que la masculina era 70.9 %; esa brecha que era de 39.2 puntos porcentuales, hacia 2019 había disminuido a 32.2 pp. Un avance lento, pero hasta ese momento sostenido.
A finales de febrero de este año se registró el primer caso del nuevo coronavirus en México. Ya habíamos visto algo de su impacto. Sabíamos, desde el ámbito sanitario, que el virus afectaba menos a las mujeres. También sabíamos, desde la perspectiva económica, que la contención del virus implicaría un freno en las actividades comerciales y de servicios y eso traería un problema de empleo.
El confinamiento llegó hacia finales de marzo y a partir de entonces empezamos a ver cómo esta crisis afectaría distinto a hombres y a mujeres, más allá de la salud. En abril se dio el primer gran choque en el mercado laboral: la participación de hombres y mujeres cayó de forma nunca antes vista. Doce millones de personas perdieron su empleo, de acuerdo con la ETOE (la encuesta teléfonica que sustituyó a la ENOE), y dejaron de buscar; se incorporaron a la población inactiva, al considerar que buscar empleo no tendría sentido en ese momento. La participación de los hombres cayó a 61.1 % en mayo y la de las mujeres a 35.3 %.
En junio empezó la recuperación laboral a partir de la reapertura paulatina de las actividades económicas. A finales de ese mes vimos cómo tanto hombres y mujeres regresaron a la población activa. 68 de cada 100 hombres lo hicieron, mientras que la relación en las mujeres fue 39.7 de cada 100. Julio mostró mayor recuperación en la participación masculina y agosto otro poco cerrando el mes con 72.77 %. La reactivación de la participación femenina se ha estancado mostrando incluso una ligera caída en agosto para cerrar en 38.5 %.
Las condiciones laborales de las mujeres han empeorado. Si sumamos la tasa de desocupación, más la de subocupación y agregamos la población disponible para trabajar y lo estudiamos por género, vemos que la brecha entre hombres y mujeres en estas condiciones no óptimas se ha ampliado. En marzo la diferencia entre géneros era de 7.6 pp, mayor para las mujeres, y en agosto se había ampliado hasta 11.3 pp de brecha.
El nuevo ciclo escolar empezó en agosto en algunos casos y en septiembre en otros. La realidad de muchas mujeres chocó de lleno con el intento de compaginar el trabajo y la escuela de los niños.
Históricamente otras crisis habían beneficiado de cierta manera los empleos mayoritariamente femeninos, afectando sectores como el industrial o el de la construcción, que emplean típicamente más hombres. Esta crisis es distinta. Afecta al sector que más contacto humano requiere, el sector servicios. La necesidad de mantener distancia entre personas ha hecho que industrias como la hotelería o la restaurantera sufran particularmente. La economía mexicana se centra en el sector terciario, los servicios: 64 % de la producción, del valor agregado, del país se da en éste. Durante el segundo trimestre del año las actividades terciarias cayeron 16.2 %. Las mujeres representan el 53 % de las personas ocupadas en este sector.
Entre las actividades con ocupación mayoritariamente femenina (con 60 %) se encuentran las de hospedaje y alimentación, mismas que cayeron 72 % de acuerdo con el Indicador Global de la Actividad Económica de mayo.
Si es en el sector servicios donde encontramos más puestos laborales ocupados por mujeres, resulta evidente que no son actividades que puedan realizarse desde casa. Un estudio del CEEY3 muestra que únicamente entre el 20 % y el 23 % de la población ocupada en México labora en actividades que pueden hacerse desde casa, pero ese tipo de empleos favorece más a hombres que a mujeres, y está concentrado en los deciles más altos de ingreso.
No sorprende entonces que con la llegada del ciclo escolar menos mujeres puedan reincorporarse al mercado laboral y algunas no lo hagan por la necesidad de cuidar a los hijos y la imposibilidad de combinar su ocupación con tener a los niños en casa. Además, no olvidemos que, de acuerdo con los datos del Inegi, 15 % de los hogares del país tienen como única cabeza familiar a una mujer.
En fechas recientes, el Inegi publicó la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo de 2019 que muestra que antes de la pandemia, las mujeres trabajaban en promedio 6.2 horas más que los hombres, sin embargo, no necesariamente se trata de trabajo remunerado. Las mujeres destinan 67 % del tiempo total de trabajo a actividades no remuneradas, mientras que los hombres destinan únicamente 28 % de su tiempo a estas actividades.
No tenemos datos aún de cómo ha cambiado la distribución del tiempo en casa por parte del Inegi, pero una encuesta de Ipsos y ONU Mujeres señala que 53 % de las mujeres mexicanas afirman que las tareas en el interior del hogar se han intensificado con el covid-19. Una mujer que trabaja más de 40 horas a la semana dedica el doble de horas al hogar que un hombre que no se encuentra económicamente activo: así de grave es la diferencia en la distribución de la carga laboral doméstica en el país.
Los datos de empleo que ya tenemos muestran una recomposición de la vida laboral/doméstica de las mujeres. Entre abril y agosto las mujeres que se encontraban “empleadas” en el sentido de contar con un vínculo laboral con una empresa disminuyeron de 80.6 % (del total de mujeres ocupadas) a 68.9 %. Sin embargo, las mujeres autoempleadas —o trabajadoras propias— se incrementaron de 14.5 % a 22.4%. Se perdieron los empleos, pero no la necesidad de trabajar.
Más allá del efecto sanitario devastador que esta pandemia está teniendo sobre la población, en México y en el mundo el resultado sobre la equidad de género desde la perspectiva laboral es preocupante. En meses se revirtió el trabajo —literalmente— de muchas mujeres a lo largo de los años. No se resolverá solo. Algo tendremos que hacer. Y ese reto no es sólo tarea de las mujeres.
Publicado por Nexos
06-11-2020