Durante la pandemia surgió el término “Nenis” para referirse a las mujeres emprendedoras y comerciantes que a través de redes sociales ofrecen y venden sus productos. La mayoría de ellas son mujeres jóvenes —sin otra fuente de trabajo formal—, que entregan en puntos céntricos o recurren a servicios de paquetería exprés y, en muchos casos, concretan la venta a través de métodos de pago digitales.
El término se acuñó de manera despectiva, como una burla a las técnicas de las vendedoras para simpatizar con sus clientas. Pero más allá de eso, visibilizó el fenómeno del emprendimiento femenino, la necesidad de ingresos propios de millones de mujeres y las condiciones precarias en las que inician y operan sus negocios en comparación con los hombres.
Las “Nenis” forman parte de un grupo de 5.2 millones de mujeres que emprenden en el país. Su aportación no es menor: para ponerlo en perspectiva, una de cada cuatro mujeres que decide trabajar en México lo hace por su cuenta, aunque la proporción es menor que en el caso de los hombres (uno de cada tres). Una de las grandes diferencias puede observarse en las condiciones en las que se emprende: 82% de las emprendedoras está en la informalidad, cifra siete puntos porcentuales mayor que para los hombres (75%).
¿Por qué existen estas brechas? El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) analizó, a partir de estadísticas oficiales, las características sociodemográficas de las emprendedoras, así como las principales barreras que les impiden dar el salto a la formalidad para que sus negocios crezcan.
El IMCO define a las emprendedoras como aquellas mujeres que trabajan por cuenta propia o emplean a otras personas. En ese sentido, el grupo puede ser muy diverso e incluye desde mujeres que emprenden con alguna idea disruptiva y emplean a cientos de colaboradores hasta microempresarias que venden productos artesanales u horas de servicios profesionales.
Las emprendedoras suelen ser mujeres jóvenes (25 a 44 años), casadas, con al menos un hijo, que estudiaron hasta secundaria, se dedican al comercio -como las “nenis”-, ganan en promedio 3,707 pesos al mes y no pagan impuestos.
La formalidad podría abrirle oportunidades a estas emprendedoras que se reflejarían en ingresos hasta 2.5 veces mayores. Por ejemplo, una declaración anual de impuestos les permitiría acceder a un crédito bancario para invertir en su negocio. Facturar significaría poder venderle a grandes empresas o acceder a nuevos mercados. Pese a estos beneficios, hay tres factores que impiden a más emprendedoras incorporar su negocio a la economía formal.
Primero, pasan por las etapas iniciales de diseñar o probar un producto en el mercado, pero se quedan ahí pues carecen de los conocimientos financieros y de administración de un negocio. Sólo una tercera parte de ellas tiene estudios de educación media superior o superior. En segundo lugar, es difícil conseguir financiamiento. Sólo una de cada tres mujeres en México tiene un crédito bancario. Tercero, la formalidad es costosa en tiempo y dinero. Los trámites pueden ser engorrosos, lo que le pesa más a las mujeres, quienes dedican más de 50 horas a la semana a tareas no remuneradas.
La formalidad es un mecanismo para que los negocios de más emprendedoras crezcan y generen mejores empleos. Una vía para lograrlo es con incentivos para que más de ellas lo hagan. Si más estados y municipios facilitaran los trámites necesarios a través de una ventanilla única que concentre toda la información, así como la posibilidad de ejecutarlos de forma digital, el proceso sería más sencillo y atractivo para las emprendedoras.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan la postura institucional.
Publicado en El Economista
19-07-2021