Hoy en este espacio no hablaré de economía. Hablaré de temas que nos afectan a todos y que desde luego inciden en la economía, pero que son relevantes, más de lo que nos estamos acostumbrando a considerar. El presidente habla diario y habla mucho. Muchas de las cosas que dice no son normales o no deberían serlo; pero al mismo tiempo son reveladoras no solo de su forma de pensar, sino de nosotros como sociedad y de los tiempos que vivimos.
Mucho se ha escrito de la participación del presidente ante la Asamblea General de la ONU. No es normal que el presidente —de cualquier país para estos efectos— mencione al dictador fascista Benito Mussolini, responsable del asesinato de miles de personas, como parte de la clase de historia que pretendió dar en ese foro, que además conmemoraba su 75 aniversario. No es normal que un presidente desdeñe la labor profesional de quienes se dedican a las relaciones internacionales. Cualquiera que hubiera visto un borrador preliminar de las palabras que el presidente pretendía dar durante la Asamblea hubiera corregido el rumbo. Lo que vimos no fue solo la mención al dictador, fue una muestra del desdén que tiene hacia su propio equipo y del poco respecto que tiene hacia las instituciones nacionales y del mundo.
Pero el nivel de lo anormal al que ya nos estamos acostumbrando queda rebasado solo un par de días después, cuando el presidente de México, ese presidente elegido con 30 millones de votos, califica a los mexicanos más pobres, a los más desvalidos, como mascotas. No solo los llama mascotas, sino que sugiere que el gobierno los debe de tratar como tal. Sugiere con su dicho una relación de propiedad y de sumisión. Los dueños de las mascotas no las mandan a buscar sus alimentos; es el dueño —el gobierno en la analogía presidencial— el que protege y le da de comer a sus “perritos y cualquier animalito” —es al pueblo al que se refiere el presidente. Uno podría pensar que es un desliz, una frase sacada de contexto, pero no. No es la primera vez que el presidente hace analogías similares que van en contra de cualquier reconocimiento de las personas como seres humanos, poseedoras de derechos y obligaciones. No se ve como jefe de Estado de una nación con ciudadanos libres y pensantes, sino como el proveedor.
¿Si el presidente considera a la población en pobreza como mascotas (me parece escalofriante la frase) entonces qué medidas de política pública deberían ser las adecuadas? Es más, ¿serían necesarias políticas públicas encaminadas a terminar estructuralmente con la pobreza o solo se trata de garantizar condiciones como la alimentación básica? ¿Dónde quedan las opciones y los derechos? ¿Se les dará el derecho a la educación, a que tengan la oportunidad de elegir desarrollarse en la profesión que elijan, se les permitirá decidir sobre las variables que afecten su vida, se les permitirá desarrollar su talento o serán sometidas a esa relación de propiedad, de lealtad y de sometimiento propia de una mascota?
No sé en qué momento normalizamos estos discursos ni estas analogías. No es normal el desprecio al talento y a la experiencia. Es todavía menos normal que el presidente use a dictadores como referencia o considere a sus gobernados sus mascotas. No es normal. Es preocupante.
Publicado por El Universal
28-09-2020