Por: Ana Bertha Gutiérrez, coordinadora de Comercio Exterior y Mercado Laboral, y Oscar Ocampo, coordinador de Energía.
La décima Cumbre de Líderes de América del Norte concluye con más simbolismos y compromisos que propuestas concretas hacia una mayor integración regional. Esto no es algo negativo, ni inusual; el diálogo constante es clave para la diplomacia y la cooperación regional. La existencia de la cumbre es, en sí misma, una buena noticia.
La comunicación dentro de las altas esferas de los países norteamericanos es una parte vital de la relación trilateral. La otra parte de esa conexión, fundamental para su fortalecimiento, es la infraestructura logística que permita un mayor intercambio comercial, de talento y de ideas en la región. En esta materia, hay pendientes, y no solo para México.
Empecemos por las conexiones aéreas, presentes en la mente de todos por el simbolismo político y diplomático de la llegada del presidente Biden y el primer ministro Trudeau al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) en lugar del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM). Una obra cuya construcción, de acuerdo con cifras oficiales, tuvo un costo de $88 mil millones de pesos, que sin embargo deja pendientes sin resolver para la competitividad aérea de México.
El pendiente principal para incrementar el flujo de pasajeros y carga aérea en la región es la degradación de México a la categoría 2 en materia de seguridad aérea por parte de la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos (FAA, por sus siglas en inglés). Mientras el país no recupere la máxima categoría, las aerolíneas mexicanas no podrán incrementar la frecuencia de sus vuelos hacia Estados Unidos. Sin ella, el éxito de uno de los proyectos emblemáticos del gobierno mexicano se verá inevitablemente mermado, el potencial de México para trazar más rutas aéreas permanecerá con obstáculos autoimpuestos, y el acceso al mercado estadounidense será limitado.
Las oportunidades de mejorar la logística en los océanos son igualmente atractivas. Actualmente, el comercio marítimo entre México y Estados Unidos se ve limitado por políticas proteccionistas en ambos países que reducen el acceso de las marinas mercantes. La prohibición del cabotaje en ambos países -que impide que un buque mexicano cargue y descargue mercancías en un puerto estadounidense y siga hacia otro puerto en el mismo país y viceversa- reduce las posibilidades de comercio entre ellos, especialmente en el golfo de México. Esto se refleja en una baja penetración de los productos mexicanos en el comercio con los estados de la costa este estadounidense. Un acuerdo recíproco para eliminar esta restricción entre ambos países puede ser un detonante de mayores tasas de crecimiento en el sur-sureste mexicano.
Por último, la infraestructura logística terrestre. Las comunicaciones terrestres son el modo de transporte más importante para la relación entre México y sus socios norteamericanos. Aproximadamente el 70% del total de lo que el país comercia con ellos se hace por vía carretera, por lo que la falta de autopistas, puentes internacionales, vías férreas y, esencialmente, aduanas eficientes y seguras inhibe no sólo nuestra competitividad como región, sino el crecimiento irrestricto de las exportaciones e importaciones, y de los sectores económicos ligados a su producción.
América del Norte debería ser la principal beneficiaria de las tendencias de regionalización de las cadenas de valor y nearshoring. Después de todo, es una de las regiones más privilegiadas del mundo por su ubicación geográfica, tamaño del mercado, complementariedad demográfica y abundancia de energía. Sin embargo, sin la planeación e inversión conjunta en infraestructura logística que permita capitalizar estos elementos, las oportunidades no estarán a la altura de nuestro potencial como región. Es momento de fortalecer nuestras conexiones, por cielo, mar y tierra.
Publicado en Animal Político.
12-01-2023