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Qué felicidad el 0.5%

FOTO: GRACIELA LÓPEZ/CUARTOSCURO.COM

No cabe duda de que todo está en función de las expectativas. Casi sin quererlo, uno siempre tiene una expectativa de todo. Cuando escuchamos que una película es buenísima, las pequeñas fallas que le encontramos hacen que lo que podría haber sido una gran experiencia, ahora solo sea mediocre. Pasa con todo, ¿por qué no pasaría también con los temas económicos?

Aunque cuando de economía se trata, hay involucradas cientos de circunstancias que muchas ocasiones no es posible considerarlas en los modelos predictivos. Nadie tiene la bola de cristal para adivinar el ánimo del presidente Trump en la mañana o las ocurrencias políticas que inciden sobre todo lo económico. No es sorpresa que los pronósticos discrepen de lo observado.

Las expectativas de crecimiento para este 2025 rondaban al principio del año cerca de 1%, sin saber, lo que traería un Trump reloaded o una reforma judicial sin pies ni cabeza. Al poco tiempo, el Fondo Monetario Internacional movió las piezas incorporando un escenario recesivo resultado de las políticas arancelarias.

Los primeros dos trimestres del año el crecimiento fue no solo positivo, sino superior a lo que las expectativas ya ajustadas contemplaban para esos meses. La razón, sin embargo, poco tenía que ver con los motores internos del país. El incremento sustancial en las exportaciones provocó un aumento en la demanda por productos nacionales que no se tenía contemplada. La razón radicó en las repetidas pausas que el presidente Trump otorgaba a sus amenazas de aranceles. Los estadounidenses, en consecuencia, decidieron invertir en inventarios para amortiguar los golpes que llegarían cuando las tarifas llegaran.

El tercer trimestre, ya con muchos más aranceles en vigor, el PIB de México mostró una contracción. No es aún una recesión y probablemente no lo sea, pero el ajuste a las expectativas de crecimiento ya se dio. La última encuesta de especialistas de Banco de México señala como expectativa para el año un vigoroso 0.5%. Mejor que cero, sin duda, pero lejísimos de ese 2% que antes considerábamos mediocre y que ahora es aspiracional.

Conviene preguntarnos por qué estamos aquí, por qué México parece condenado a este rezago crónico en lugar de aprovechar su potencial. Las razones no son misteriosas ni nuevas; más bien, son pendientes que se arrastran sexenio tras sexenio.

La primera es la inversión, ese componente que debería ser el corazón del crecimiento y que en México late cada vez más despacio. La inversión pública se ha desplomado por prioridades políticas. La privada, por su parte, cae a un ritmo menor. Con un aparato productivo que no se renueva, no hay forma de crecer de manera sostenida.

A ello se suma la baja productividad. Un país donde la mayoría de las personas trabaja en la informalidad, sin acceso a capacitación, a crédito ni a herramientas tecnológicas, es un país que difícilmente podrá dar el salto.

Otro freno persistente es la educación. Aspiramos a competir globalmente con un sistema educativo que no logra asegurar aprendizajes básicos.

Finalmente, está la institucionalidad. Un país que erosiona sus contrapesos, que debilita la independencia de sus órganos reguladores y que envía señales de arbitrariedad termina pagándolo en crecimiento. La confianza, tan difícil de construir, se desvanece rápidamente cuando la ley deja de ser predecible.

Por eso, cuando vemos ese 0.5%, lo festejamos no porque sea bueno, sino porque temíamos algo peor. Qué felicidad, entonces, el 0.5%. Pero la verdadera pregunta es cuánto más tiempo seguiremos conformándonos sin decidir, de una vez, que queremos crecer.

@ValeriaMoy

Publicado en El Universal

18-11-2025