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México fue uno de los países en donde las escuelas cerraron por más tiempo, 53 semanas, como lo plasma el más reciente análisis (https://bit.ly/3BqDoPs) del IMCO. Las primeras semanas de cierre fueron caóticas en todos los países que experimentaron cierres escolares —clases en línea, plataforma a utilizar, asistencia, evaluaciones—, múltiples dudas ante situaciones complejas que en el mejor de los casos serían un sustituto imperfecto de las clases presenciales.
En México, las desigualdades existentes hicieron que la brecha educativa se hiciera más profunda. Algunas escuelas privadas lograron organizarse y, a pesar de los muchos defectos, se logró tener un año escolar más o menos ordenado. Otras escuelas —privadas y públicas— perdieron alumnos, ¿para qué pagar una colegiatura si los aprendizajes en línea simplemente no se daban? El Inegi reportó en marzo de este año, prácticamente al año de haber sido canceladas las clases, que más de cinco millones de estudiantes no se habían inscrito al ciclo escolar pasado por razones asociadas a la pandemia, sobre todo por motivos económicos o por considerar las clases a distancia poco funcionales para el aprendizaje. El sistema público recurrió a un modelo de clases por televisión reconociendo las carencias de acceso tecnológico que tiene una parte importante de la población.
Después de 53 semanas de permanecer cerradas, urgía el regreso a las aulas. El IMCO, utilizando información del Banco Mundial, ha documentado que la pérdida de aprendizajes en este año de pandemia sería equivalente a 1.8 años de aprovechamientos reales. Es decir, este (más de un) año sin clases no representó solo una pausa en la adquisición de conocimientos, sino que nos retrasó aún más.
Pero el impacto de no ir a las escuelas va mucho más lejos de los conocimientos perdidos. Poco se habla de los problemas de salud mental que el cierre ha traído a adolescentes. La depresión y la ansiedad son ya cosa común. La adicción a los dispositivos por haber estado más de un año adheridos a pantallas traerá serios problemas a una generación entera que ya no puede concentrarse ni para leer un texto breve o siquiera para ver un episodio de una serie. En los niños más pequeños el impacto es de otro tipo: problemas motrices por la falta de movilidad o de lenguaje por la falta de interacción. Niños de poquísimos años con ansiedad porque su contacto con el mundo es a través de una pantalla viendo videos de YouTube. Niños y jóvenes desconectados de la realidad, pegados a TikTok.
Poco a poco iremos entendiendo la magnitud del daño que esta pandemia le hizo a los niños y jóvenes y nos daremos cuenta que cerrar escuelas durante el tiempo que México lo hizo fue un error.
Mas para regresar a clases había que tener una estrategia. Por lo menos, un plan. Un plan más concreto que un decálogo de nueve medidas (¿?) que en nada ayudan ni a los padres ni a los niños. Las escuelas estuvieron cerradas 53 semanas escolares. ¿Qué se hizo en esos meses para preparar el regreso? ¿Por qué hay escuelas que siguen sin agua? ¿Por qué hay que agradecer al Conacyt que amablemente donó gel antibacterial para estas escuelas? ¿Recurriremos al pretexto de “es que no hay recursos”? Se han tirado miles de millones de pesos en una refinería, en un aeropuerto sin sentido y en un tren turístico. ¿De verdad era mucho pedir una reasignación para que las escuelas del país tuvieran agua? Agua y ventilación, si ya nos ponemos exigentes. Recursos hay, lo que no hay es voluntad.