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Entre dos reinos
El Rey ha muerto, viva el Rey. En esta frase de siete palabras se comprime el ágil proceso de sucesión en un régimen monárquico. El cuerpo del difunto soberano aún yace tibio, cuando ya se festeja el comienzo de un nuevo reinado. La velocidad en el cambio de la corona es un mecanismo para garantizar la estabilidad política. En un parpadeo, el nuevo Rey asume las riendas del poder antes que se despierten las tentaciones de otros personajes de la nobleza que también ambicionan a ocupar el trono. En las democracias, los procesos de sucesión son un poco más complicados ya que no es el capricho de la divinidad sino la voluntad de los ciudadanos quien elige al nuevo gobernante.En México tenemos uno de los procesos de sucesión más lentos del mundo. En Gran Bretaña, si hay cambio de gobierno, el camión de mudanzas pasa a recoger las chivas del primer ministro saliente un par de días después de las elecciones. El nuevo ocupante del número 10 de la calle Downing ingresa a la residencia del jefe de Gobierno británico pocas horas más tarde. En Estados Unidos, las elecciones son en noviembre y la toma de posesión ocurre en enero, dos y medio meses después. En nuestro país hay cinco meses entre el día de la elección y el instante en que el presidente entrante se tercia la banda en el pecho. En el interregno del año 2000, Vicente Fox perdió una oportunidad histórica entre el desconcierto y la frivolidad. Seis años después, Felipe Calderón invirtió todo su esfuerzo y capital político en asumir el cargo y preservar la gobernabilidad del país.