La seguridad pública en México es mucho más que un elemento que refleja la calidad de vida, es un pilar de la competitividad urbana. Así lo confirma el Índice de Competitividad Urbana (ICU) 2024 del IMCO, que revela profundas brechas entre las ciudades del país. Estas disparidades no solo se manifiestan en indicadores objetivos como las tasas de homicidios o el robo de vehículos, sino también en algo aún más complejo: la percepción de seguridad de la población que habita estas ciudades.
El subíndice de Derecho del ICU, que aborda desde el ángulo de la calidad del Estado de derecho, ofrece un retrato de las condiciones de seguridad que presentan las ciudades mexicanas. En Piedras Negras, ocho de cada diez encuestados se sienten seguros; en contraste, en Celaya esta cifra se desploma a apenas uno de cada diez. Las tasas de homicidios también muestran un mapa alarmante: en Colima-Villa de Álvarez, Ciudad Obregón y Cuautla, las tasas son de 128, 120 y 94 por cada 100 mil habitantes, respectivamente. La violencia también afecta a ciudades como Chilpancingo, donde las agresiones a periodistas alcanzan 54.5 por millón de habitantes, casi diez veces el promedio de las ciudades (5.8).
Este mosaico de resultados en materia de inseguridad no solo afecta la vida cotidiana, sino que mina las bases del desarrollo económico y social. La relación entre seguridad y competitividad queda clara: una ciudad insegura pierde su atractivo para la inversión y el talento. Incluso zonas metropolitanas con alta competitividad como la Ciudad de México enfrenta este reto, que se ve reflejado en sus tasas de robo de vehículos y agresiones a la prensa. En este caso, los datos reflejan una asignatura pendiente, más allá de la evaluación subjetiva.
Sin embargo, también hay luces en el camino. Una ciudad como Mérida, por ejemplo, se alza como modelo de éxito con una tasa de homicidios de apenas 1.5 por cada 100 mil habitantes y niveles de percepción de seguridad envidiables (70% de la población adulta declara sentirse segura). Al igual el caso de la Laguna, la segunda ciudad con la menor tasa de homicidios y una de las diez con mayor percepción de seguridad. Sus casos no son casualidad: detrás de estos números están políticas públicas bien diseñadas, instituciones sólidas y una colaboración efectiva entre gobierno y sociedad. Estas ciudades demuestran que construir entornos urbanos seguros no solo mejora la calidad de vida, sino que impulsa la competitividad, atrae inversiones y fomenta la cohesión social.
La seguridad no es un lujo ni un tema secundario. Es un factor estructural que determina el presente y el futuro de nuestras ciudades. Apostar por ella no solo implica reducir estadísticas o mejorar la percepción, sino transformar espacios urbanos en lugares donde la paz y la prosperidad sean una realidad. En un país marcado por desigualdades, las ciudades más seguras no solo ofrecen una esperanza, sino una hoja de ruta para el resto del territorio. ¿Percepción o realidad? La respuesta es clara: ambas coexisten, las ciudades mexicanas no pueden ser competitivas sin mejorar en ambas dimensiones.
Publicado en Animal Político
05-12-2024