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Sustitución de importaciones

FOTO: CUARTOSCURO

La sustitución de importaciones no es nueva para México. Durante una buena parte del siglo pasado fue el modelo de crecimiento económico que dominó la agenda. La Segunda Guerra Mundial dificultó las importaciones de muchos bienes manufacturados y el Estado, como respuesta, promovió políticas públicas encaminadas a generar una industrialización ligera en bienes como textiles, calzado, alimentos procesados que le permitiera al país depender menos del exterior. El Estado, por su parte, invertiría en infraestructura que dotaría al país de energía, carreteras, ferrocarriles.

A lo largo de las cuatro o cinco décadas que fungió como eje del desarrollo económico, la sustitución de importaciones tendría algunos éxitos y muchos fracasos. Entre 1958 y 1970 se consolidó el “milagro mexicano”. Durante la etapa conocida como el desarrollo estabilizador la industrialización ligera poco a poco dio paso a industrias más pesadas —acero, cemento, automotriz, química— y se logró crecimiento económico alto, cerca de 6% anual en promedio, en un entorno de baja inflación y estabilidad económica.

Con el paso de los años el modelo fue agotándose hasta la gran crisis de 1982 que podemos marcar como el fin de esa etapa. De forma gradual, las empresas fueron acostumbrándose a operar en condiciones distintas a las de competencia, sin necesidad de innovar o incluso de ser eficientes, y el gobierno, por su parte, empezó a abusar del uso de los recursos públicos e incurriendo en montos significativos de deuda.

México seguía siendo una economía poco abierta al comercio y los bienes que podrían haber sido importados eran producidos en el país. El costo de esa protección no era menor, no únicamente en términos de los recursos públicos que se le destinaban, sino también en la pérdida de competitividad que tuvieron varias industrias.

Sería equivocado argumentar que no hubo ningún éxito en ese modelo. Varias industrias, en las que hoy México es líder mundial, surgieron a partir de ahí. Pero sería también equivocado no ver los riesgos que un modelo similar podría tener en una realidad económica muy distinta a la que llevó a su adopción el siglo pasado.

El Plan México, esa idea rectora de la administración de Claudia Sheinbaum, tendrá que ser mucho más ambicioso si tiene como objetivo incrementar la inversión y lograr mayor crecimiento económico. Los aranceles que México imponga a ciertas economías podrán funcionar como una herramienta en la negociación comercial, quizás, pero no serán ni de cerca suficientes para impulsar industrias que ya no tienen el dinamismo para adaptarse o que dependen, por su complejidad, de insumos con los que simplemente no contamos.

La gran diferencia entre el México de mediados del siglo XX y el de hoy es la inserción en el mundo. México no debe aspirar a producirlo todo: hacerlo sería costoso, ineficiente y nos condenaría a repetir errores del pasado. La pregunta central no es si México debe protegerse de las importaciones, sino en qué sectores estratégicos tiene verdaderas ventajas para competir globalmente.

Si el Plan México logra traducirse en inversión de calidad, en sectores donde el país puede destacar —como manufacturas avanzadas, energías renovables, electromovilidad o semiconductores—, estaremos ante una verdadera política de desarrollo. Pero si se queda en la comodidad del proteccionismo y en la tentación de aranceles coyunturales, el resultado será una reedición de un modelo de otra época, bajo otras circunstancias y que hoy podría ser un lastre más que un motor.

@ValeriaMoy

Publicado en El Universal

30-09-2025