ESG es el acrónimo en inglés de uno de los mecanismos de moda para impulsar inversiones sustentables. En particular, busca definir criterios para que las empresas sean más responsables en lo ambiental, lo social y su propia gobernanza. Aunque el objetivo es deseable, el diseño y la implementación del esquema han estado bajo escrutinio desde hace tiempo en varios países.
The Economist, la revista global con sede en Londres, resumió la situación de una forma dura con el encabezado “ESG: tres letras que no salvarán al planeta”. En esta edición, dedicó un reportaje especial a analizar las principales críticas y reacciones en torno al esquema y a explorar formas en las que se debería de reformar ESG para tener un mayor impacto. El tema es financiero, pero dos ideas del análisis me llamaron la atención y creo que ofrecen lecciones clave que aplican para cualquier agenda.
La primera está relacionada con la importancia de tener objetivos bien definidos. En teoría, juntar los pilares ESG hace sentido para que las empresas reduzcan su huella ambiental, generen un impacto social empezando por sus trabajadores y se conduzcan de una manera íntegra. Sin embargo, al ser tres objetivos tan diferentes, sin una ruta clara de cuál prevalece sobre otro, han derivado en controversias.
Por ejemplo, S&P Dow Jones sacó a Tesla de la versión ESG del índice S&P 500 por problemas asociados con las condiciones laborales que ofrece y la gobernanza de la compañía, a pesar de que se dedica a fabricar automóviles eléctricos que contribuyen a reducir las emisiones de carbono. ¿Qué dimensión debería de pesar más? ¿Cuál es el objetivo final del esquema?
Esto se complica aún más si se entiende que ESG en realidad se considera una herramienta de manejo de riesgos de largo plazo para identificar qué tan expuesta está una empresa a presiones ambientales, sociales y de integridad. Su objetivo primordial no es mejorar el medio ambiente ni hacer una diferencia en el mundo.
La segunda lección es que la falta de evidencia y de mediciones puede generar consecuencias perjudiciales. ESG asume que al invertir en compañías que están mejorando en alguno de sus tres pilares, se obtienen rendimientos mayores mientras se genera un impacto positivo. Sin embargo, esto es difícil de comprobar ya que hay alrededor de 160 empresas calificadoras de ESG alrededor del mundo, que miden indicadores distintos que no son comparables o transparentes.
Algunos críticos creen que esto ha derivado en prácticas de publicidad que, en el mejor de los casos, no han tenido un impacto sobre el medio ambiente ni las personas. Otros analistas son más drásticos y creen que este esquema ha limitado la acción gubernamental para tener regulación más estricta que se necesita para combatir el cambio climático.
Desconozco qué rumbo tomará ESG, aunque la propuesta de The Economist se inclina por apegarse al componente ambiental de forma simplificada: privilengiado la lucha contra el cambio climático y midiendo la reducción de emisiones de carbono.
En lo que este esquema evoluciona, nos deja una lección clave: la falta de objetivos bien definidos y de métricas para monitorear su cumplimiento puede llevar a resultados contraproducentes. Aunque pareciera obvia, funcionarios públicos, analistas, académicos deberíamos tenerla muy presente para que nuestro trabajo tenga el impacto deseado.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en Expansión.
01-08-2022