En una conversación reciente con Leonardo Curzio en la que yo comentaría sobre algún tema económico, el doctor Curzio abrió la entrevista diciéndome: “Valeria, en México desayunamos, comemos y cenamos política”. La frase se quedó conmigo desde entonces. Las pláticas entre amigos, podcasts, artículos, encuestas, tuits no hacen más que darle razón. Tristemente.
Al sexenio le quedan más de dos años, pero desde hace más de seis meses la conversación gira alrededor de los posibles candidatos a tomar la batuta del país en 2024. Desde que el presidente destapó a sus “corcholatas” hay poco espacio para otros temas. La gente analiza las encuestas de la semana, los careos, el reconocimiento de nombre, las actividades del fin de semana, a quién le dio Covid o quién toca la guitarra. Se especula quién será el favorito o favorita del presidente, quién será el candidato de la oposición, si la alianza se mantendrá, y entre tanto ruido parece que somos los ciudadanos –más allá de los políticos propiamente– quienes deseamos vivir en una campaña permanente.
Mientras todos desayunamos, comemos o cenamos política el país se desmorona. Perdonen el tono, pero así se siente. No me refiero en este momento a temas económicos, aunque sin duda están incluidos. Será un sexenio perdido en materia de crecimiento. Es probable que no lleguemos siquiera al 1% de crecimiento anual promedio, el menor crecimiento al menos desde el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado. En términos per cápita estamos cerca de 6% debajo de donde nos encontrábamos al cierre de 2018 y probablemente no nos recuperemos sino hasta inicios de la próxima década. La pobreza ha aumentado y las brechas regionales se han profundizado y rompieron al país en dos pedazos. Los proyectos de infraestructura no solo no resolverán los problemas estructurales del sur, sino que vulneran el medio ambiente y representarán un desperdicio de recursos públicos, que siempre son escasos.
El asesinato de tres personas, dos sacerdotes jesuitas de 79 y 81 años y un guía de turistas, en Cerocahui, Chihuahua, ha movido los ánimos de una sociedad cada vez más acostumbrada a noticias de asesinatos, desaparecidos y crímenes. La comunidad jesuita lleva siglos en la Sierra Tarahumara intentando ayudar a una población que vive en condiciones más allá de precarias, pero, sobre todo, acompañándolos en su realidad cotidiana. Un criminal, conocido por todos y cuya actividad delictiva lleva años de amedrentar la zona, acabó con la vida de dos personas, entre otras, que no habían hecho más que trabajar por la comunidad. Encima del crimen, se llevó los cuerpos.
La sociedad ya está harta de escuchar discursos huecos: “Lamentamos y condenamos los hechos. No permitiremos más violencia. Se llegará a las últimas consecuencias. Se formará el comité de investigación de esto y de lo otro. Es culpa de no sé quién. Nos reunimos todos los días a las 6 de la mañana a atender el tema. Se pelean entre ellos. Víctimas circunstanciales”.
Si de algo sirve desayunar, comer y cenar política debería ser para demandar que los políticos trabajen, analicen, corrijan y negocien soluciones. Pero ya. Por favor. Hagan algo.
El crimen organizado está tomando regiones enteras del país. No es solo el ya acostumbrado –¿en qué momento?– derecho de piso. La actividad económica está capturada por criminales en varios estados. Todos los días mueren decenas de personas a manos del crimen. Por favor, señores y señoras políticos, háganse cargo.
Y nosotros, ciudadanos, dejemos de desayunar política. ¿Qué más da si una corcholata fue a no sé dónde a hacer campaña o si el otro tiene un enorme talento musical? Enfrentemos los datos y exijamos resultados. Mientras sigamos alimentando nuestras discusiones de las grillas diarias, la realidad se nos seguirá atragantando.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en Opinión 51.
23-06-2022