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El poder de las palabras

A tres meses de convertirme en mamá de una niña, no he dejado de cuestionar qué puedo hacer para acelerar los cambios que me gustaría ver en México para que ella tenga mejores oportunidades y menos obstáculos. Sin duda, una de ellas es construir un entorno seguro donde pueda crecer sin miedo. Pero más allá, desde que supe que tendría una niña, he notado cómo los comentarios de familiares y amigos empiezan a marcar su camino, incluso antes de su nacimiento. Las palabras importan más de lo que creemos.

Que ahora sí podemos comprar una casita y una cocinita, porque “ya habrá niñas en casa”. Que seguramente no jugará fútbol con sus primos, porque “eso es más de niños”. Estos comentarios, aparentemente inofensivos, confirman que las conversaciones tienen un poder determinante. 

¿Por qué nos parece normal que una niña juegue con una cocinita o muñecas, pero no un niño? Desde la infancia, los estereotipos de género moldean nuestras expectativas y limitan el potencial. Los juegos asociados a las niñas suelen centrarse en el cuidado. ¿El resultado? Las mujeres terminan realizando 2.5 veces más trabajo del hogar y de cuidados que los hombres, mientras que los niños son alentados a participar en actividades que fomentan la competencia, estrategia y liderazgo, como el fútbol y deportes en equipo. ¿El efecto? Desarrollan competencias que les abrirán más puertas en el ámbito profesional.

Estas afirmaciones son el punto de partida donde comienzan a marcarse las diferencias que, con el tiempo, se profundizan en la adolescencia y terminan reflejándose en el mercado laboral. Si mi hija hoy tuviera 18 años, ¿cómo se verían sus oportunidades profesionales? Claro que depende de muchos factores, pero a nivel nacional, los promedios no son prometedores. De acuerdo con datos del IMCO, ella podría ser parte del 27% de personas que terminan una licenciatura. Si logra hacerlo, su expectativa de participar en la economía remunerada sería de apenas 46%.

Y aun cuando logre acceder al mercado laboral, las barreras no terminan ahí. Sería más propensa a tener un empleo en la informalidad, sin seguridad social ni estabilidad. Ahora, si ella lograra conseguir un empleo en una empresa, sería muy complicado que acceda a un puesto de alta dirección–hoy, 3% alcanzan una dirección general, 11% una dirección financiera y 23% una dirección jurídica. Y ni hablar de llegar a ser consejera de una empresa. 

Puede parecer que este panorama está muy lejano, pero la realidad es que las diferencias empiezan incluso antes de nacer. Me gustaría creer que en 18 años, el futuro de mi hija será distinto. Pero para que eso suceda, tienen que suceder muchas cosas desde el sector público y privado. Más allá de pensar en grandes reformas, ¿qué puede hacer cada persona desde su trinchera? Necesitamos hacer un esfuerzo consciente de cuidar nuestras palabras, sostener conversaciones difíciles y dejar de encasillar a niñas y niños en estereotipos que terminan impactando en sus oportunidades a lo largo de la vida. 

Si las palabras que decimos a nuestras hijas y sobrinas pueden marcar su camino, cambiemos la narrativa para abrirles más puertas en lugar de cerrarlas.