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Hablando de mujeres y naciones

Abrir cancha a la participación femenina en lo laboral, político y cultural no sólo es una cuestión de justicia que tenemos pendiente; además incrementaría dramáticamente el potencial de desarrollo de nuestra sociedad. Garantizar la igualdad de oportunidades que lo permita y desterrar la discriminación y la violencia contra las mujeres son sólo el comienzo.

Además de políticas públicas y empresariales para dar mayor flexibilidad laboral a las mujeres, se requiere también la redefinición misma de los roles al interior de las familias para que hombres y mujeres compartan más equitativamente oportunidades y responsabilidades. Si sólo nos concentramos en hacer más flexible y generoso el paquete laboral femenino, además de aumentar el costo relativo de contratarlas, les estaríamos pidiendo que cumplan cabalmente con sus aspiraciones profesionales sin descuidar su papel fundamental en la estabilidad financiera y afectiva hogar.

La vasta agenda de reivindicación de las mujeres en el plano laboral y cultural trae a cuento dilemas importantes que van desde la viabilidad demográfica de la economía global hasta los problemas en hogares con padres ausentes. Hogares con dos hijos o menos llevan necesariamente el envejecimiento de la población y al declive del potencial de crecimiento, como ocurre ya en Japón y buena parte de Europa.

Un artículo reciente de la revista The Economist discute cómo de los países más avanzados en cultivar y emplear el talento de las mujeres se desprende una lección fundamental: para hacer viable su participación igualitaria en la sociedad no basta garantizar la igualdad de oportunidades. Ni siquiera los países más progresistas en torno a la equidad de género han logrado resolver integralmente el dilema que enfrentan los hogares al tener que decidir cómo repartirse las obligaciones de trabajo y cuidado de la familia. En particular, las familias con menos recursos enfrentan mayor dificultad para enfrentar ese dilema.
En los países más desarrollados, la participación femenina en la fuerza laboral es casi la misma que la masculina con tasas de participación de 45% a 50%.

En los últimos 20 años, la participación laboral de las mujeres en México pasó de 27% a 37%. A pesar del avance, estamos rezagados de países como China, Colombia, Bolivia y Brasil donde la tasa de participación es superior a 40%.

Según INEGI (ENIGH 2008) tenemos cerca de 17 millones de mujeres ocupadas. Igualar su participación laboral con la de los hombres implicaría que 10 millones de mujeres se incorporaran a la fuerza de trabajo. En marzo de 2008, Goldman Sachs estimó que equiparar la participación laboral de hombres y mujeres incrementaría en 20 años el PIB de Italia en 21%, 19% en España, 16% en Japón, 9% en Estados Unidos, Francia y Alemania, y 8% en Inglaterra.

El estudio indica que México podría ver un aumento promedio de 1% en su tasa anual de crecimiento económico acompañado con incrementos en el ingreso per cápita de hasta 10%.

La educación es sin duda un factor decisivo para lograr mayor participación de las mujeres. En los últimos 20 años el porcentaje de trabajadoras mexicanas sin instrucción disminuyó de 31% a 19%. Hoy en día la escolaridad de las mujeres se acerca mucho a la de los hombre en todos niveles educativos. El porcentaje de mujeres con secundaria pasó de 13% a 21%, con bachillerato de 4% a 16% y con educación superior de 2% a 8.5%. De hecho, de las mujeres que trabajan, 18% tiene educación superior, comparado con 15% en el caso de los hombres.

En México y el mundo, un mayor nivel educativo no sólo aumenta la probabilidad de que una mujer trabaje y acceda a empleos mejor remunerados. Además, mujeres más educadas gozan de mejor salud y menor mortalidad. A mayor educación se observa también menor tasa de natalidad. De 1990 a la fecha, las mujeres mexicanas pasaron de tener 3.4 a 2.1 hijos en promedio. Esta disminución es en buena medida reflejo de las mayores oportunidades laborales a que acceden mujeres más educadas.

Las políticas más avanzadas para el equilibrio laboral y familiar de hombres y mujeres incluyen medidas muy puntuales para evitar cortar las alas a la participación femenina y evitar simultáneamente el colapso familiar y demográfico. Por parte del gobierno son cada vez más comunes la ampliación prolongada de actividades y horarios escolares, el recorte de las vacaciones y el acceso generalizado a guarderías de calidad. Por parte de las empresas las medidas recurrentes incluyen el trabajo a distancia y desde casa, así como horarios y contratos flexibles.

Las sociedades más vanguardistas reparten equitativamente entre hombres y mujeres las obligaciones de sustento y formación de los hijos.

Director de Proyectos en el Instituto Mexicano para la Competitividad AC