El economista twitero Gerardo Esquivel identifica al tablero de la güija como una herramienta indispensable para destrabar el debate de la reforma energética. Para los escépticos, la güija es un juego ñoño que sirve para espantar incautos. Sin embargo, algunos ven este alfabeto dibujado sobre un pedazo de madera como un medio para comunicarse con la voluntad de los difuntos. Hace casi un siglo, el presidente Francisco I. Madero usaba la güija para consultar las opiniones del más allá con respecto a los problemas del México revolucionario. Al parecer, a la güija de Madero le ocurrió lo mismo que a un celular de Telcel: justo cuando los espíritus le iban a revelar que Victoriano Huerta era un chacal traicionero, la comunicación se cayó sin remedio, ni respuesta.
Hoy la República requiere de una güija que invoque al espíritu del General Lázaro Cárdenas para que nos explique las virtudes y defectos de los contratos de utilidad compartida del petróleo. La sesión de espiritismo se podría llevar a cabo bajo la cúpula del monumento a la Revolución y se transmitiría por cadena nacional de televisión. Los resultados de esta comunicación extrasensorial se deberían entregar a los integrantes del Pacto por México, para que las deliberaciones de la güija se procesen con celeridad en ambas Cámaras del Congreso.
El párrafo de arriba no es serio. El problema es que en esta discusión, tampoco nos hemos comportado como un país serio. Un debate que ocurre en el año 2013 depende de la opinión de un hombre que nació en 1895. Nuestro pasado debe ser un referente, pero no una obsesión. Enfermos de historia, los mexicanos volteamos hacia atrás para vislumbrar el camino que tenemos por delante. La ruta hacia la modernidad económica tiene como objetivo volver a 1940. Como decía Octavio Paz, la utopía no es una visión del porvenir sino una vuelta al pasado.
Esta semana la discusión nacional se centró entre las acciones de Lázaro Cárdenas como presidente de la República y sus posturas epistolares una vez que dejó el poder. Como titular del Ejecutivo Federal, Cárdenas sí permitió los contratos de riesgo compartido entre el sector privado y el gobierno. Años después, como ex presidente, hizo una crítica discreta a estos esquemas de inversión. A falta de médiums y güijas, la izquierda mexicana busca en las obras completas de Lázaro Cárdenas un párrafo, una frase o un adjetivo que contradiga las propuestas que impulsó como mandatario. El debate por la reforma energética se ha convertido en una disputa por la herencia intelectual del revolucionario michoacano. Si nos ocupáramos más del futuro que del pasado, no estaríamos discutiendo lo que escribió el Tata Lázaro hace 50 años, sino lo que han hecho otros países para maximizar su riqueza petrolera.
El ejemplo más útil para México es el caso colombiano. En el año 2003, este país sudamericano inició un profundo proceso de transformación de su sector energético. Los saldos de la reforma son razón para dar envidia y deberían ser motivo de inspiración. Las contribuciones de la empresa nacional de petróleo, Ecopetrol, al Estado colombiano han pasado de 1.9% a 6.5% del PIB en menos de 10 años. Los ingresos por impuestos del sector minero-energético han pasado del 12 al 24% de todos los impuestos que ingresaron al erario colombiano. La Inversión Extranjera Directa en el sector de hidrocarburos se multiplicó por 10 en la primera década posterior a la reforma. En 2012, la IED en Colombia fue superior que en México, a pesar de que el tamaño de su economía es menos de una tercera parte de la nuestra. En 2013, Colombia redujo su deuda pública y al mismo tiempo aumentó su presupuesto para combate a la pobreza y seguridad pública. Entre 2005 y 2011, Colombia redujo su porcentaje de personas en niveles de pobreza de un 45 a un 34% de la población total.
No necesitamos de una güija para escuchar el espíritu de nuestros antepasados, sino un mapa de ruta para llegar a un México lejano de nuestras vergüenzas y más cercano a nuestros anhelos.
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