La semana pasada se vivió gran emoción por el anuncio de que Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey serán las tres sedes mexicanas en la Copa del Mundo de la FIFA 2026 en América del Norte. En estas ciudades se jugarán 10 de los 80 partidos del campeonato. Con esta decisión, el Estadio Azteca podría pasar a la historia como el único estadio en albergar tres mundiales.
Quienes me conocen, saben que no me gusta mucho el fútbol, aunque en cada Mundial apoyo al tricolor. Sin embargo, como economista esta decisión detonó mi curiosidad sobre cuáles podrían ser los beneficios y los riesgos para nuestro país.
De acuerdo con la FIFA, el Mundial es un evento en el que los países sede atraen la atención global y, tienen la oportunidad de invertir en infraestructura deportiva y pública que contribuye al crecimiento económico local en el mediano y largo plazo. Aunque este potencial es atractivo, aprovecharlo depende de las decisiones que toma cada país.
De acuerdo con Yon de Luisa, presidente de la Federación Mexicana de Fútbol, el Mundial 2026 dejará en México una derrama económica de 500 millones de dólares (más de 10 mil millones de pesos) entre lo que se suma la renta de los estadios aprobados, así como gastos de hospedaje y consumo de los espectadores esperados. Esta cifra está en línea con las estimaciones que publicó Boston Consulting Group en 2018 y es 28% menor que la ganancia económica generada en la Ciudad de México por la Fórmula 1 en 2021.
Esta cifra resulta alentadora en un contexto de poco crecimiento económico, en el cual sectores como Cultura, deporte y recreación, así como Alojamiento, restaurantes y bares no se han recuperado, según un análisis reciente del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).
Sin embargo, hay estudios que muestran que las ganancias tienden a ser a mayores en países más desarrollados, donde hay mejor accesibilidad para captar un mayor número de turistas. Además, los beneficios de mediano y largo plazo dependen del tipo de inversiones que se hagan en el país en preparación para el magno evento. Por ejemplo, en el Mundial 2014, en Brasil se construyó el Estado Nacional que ahora funciona como un estacionamiento municipal de autobuses. Inversiones que derivan en infraestructura ociosa son un costoso desperdicio, puesto que dichos recursos se pueden destinar para cubrir otras necesidades de la población.
En principio, este no será el caso de México, pues se prevé usar los estadios existentes. No obstante, una pregunta clave es ¿qué inversiones públicas y privadas vendrán para preparar a México rumbo al 2026? Hasta el momento solo se ha mencionado una renovación del Estadio Azteca que se estima en 150 millones de dólares.
Más allá de esto me pregunto si las autoridades -federales, estatales y municipales- tienen en mente un plan de aquí al 2026 para capitalizar mayores ganancias y mejorar la competitividad de nuestro país. ¿Se piensa invertir recursos y capacidades para gestionar un mayor flujo de pasajeros aéreos? ¿Se invertirá en mejor transporte público en las ciudades sede? ¿Se articularán políticas públicas para garantizar la seguridad de los habitantes?
Desafortunadamente, nuestro país no se caracteriza por planear a largo plazo. Con ello, podríamos perder una oportunidad para lograr que México sea más atractivo para el talento y la inversión, así como para capitalizar un efecto económico que perdure tras el Mundial. Ojalá me equivoque. La respuesta la veremos en los próximos cuatro años.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en Expansión.
20-06-2022