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Relación simbiótica

Una de las grandes paradojas de la economía globalizada moderna es que los gobiernos, los organismos multilaterales y la mayoría de los analistas serios enfatiza la eliminación de barreras al movimiento de cosas pero actúan con pasividad mientras que simultáneamente se multiplican las barreras al movimiento de personas. 

Todos los días hay noticias de arrestos y deportaciones de personas que buscaban ingresar a otro País sin la documentación requerida.  Esto no solo sucede en la frontera con Estados Unidos, también ocurre en diversos puntos del litoral europeo, y donde colindan las regiones prósperas de Asia con zonas más pobres. 

México no está exento de participar en este fenómeno.  Todos los días se arrestan y deportan a cientos de migrantes en nuestras fronteras.  La mayoría de estas personas van de paso hacia Estados Unidos.  Tal es el caso de la mayoría de los centroamericanos que se internan en el País, pero miles de ellos se quedan a vivir aquí.  Su decisión no deriva de que seamos hospitalarios y generosos con ellos, ni nada que se parezca.  Lo que sucede es que para muchos de ellos la mejoría en sus circunstancias personales es suficiente como para evitar tomar mayores riesgos internandose a EUA.

En todas partes se observan grandes corrientes migratorias.  La mayor parte de estas es interna y está motivada por las diferencias en condiciones económicas de las diversas regiones.  Los gobiernos de China y Rusia tratan de disuadir estos flujos aplicando medidas disciplinarias estrictas a quienes se desplazan sin autorización previa.  En México nos desgarramos las vestiduras con lamentos sobre los maltratos que reciben los que emigran a Estados Unidos, pero estos no se comparan con la severidad de los atropellos que sufren los migrantes rusos y chinos a manos de sus propias autoridades.  (Las medidas que aplican las autoridades de EUA tampoco son tan severas como los castigos y vejaciones que sufren los migrantes indocumentados que se internan a nuestro País). 

Lo que sucede es que las estructuras geopolíticas y las tendencias económicas actuales están en conflicto.  En casi todo el mundo se estan intensificando los sentimientos nacionalistas.  Esta expresión de sentimientos frecuentemente viene acompañada de prejuicios culturales contra identidades étnicas ajenas y sobre todo contra inmigrantes que provienen de países o regiones que se consideran “enemigos históricos”.  Por ejemplo, en Asia los conflictos históricos de China con la India y Japón están volviendo a cobrar importancia, sobre todo ahora que tanto China como la India han pasado por un periodo prolongado de crecimiento económico que les ha conferido los recursos para invertir en armamentos y ejércitos más grandes. 

Lo mismo sucede en Rusia.  El gobierno autocrático de Putin ha fortalecido su legitimidad apelando al sentimiento patriótico de su población.  El renacimiento del poderío militar y la creciente beligerancia rusa en lo que toca a su “soberanía” sobre la región que colinda con sus fronteras políticas, parcialmente explican la reticencia de Estados Unidos y Europa de ampliar la membresía de OTAN y la Comunidad Europea.

Las expresiones nacionalistas están en conflicto con lo que en otras circunstancias sería el desarrollo natural de la economía global.  Actualmente, hay relativamente pocos obstáculos a los flujos comerciales y aun menos a los flujos de tecnología y de capital.  Los arreglos institucionales internacionales los favorecen.  En cambio, los obstáculos al movimiento de las personas (excepto aquellas pocas que cuentan con destrezas y conocimientos excepcionales) están creciendo.

No se necesita más que un momento breve de reflexión para concluir que esto no hace sentido.  México necesita más (no menos) personas altamente calificadas para manejar sus fábricas y fortalecer la dotación de capital humano de su sector académico.  Si tuviera más capital humano y físico sería más competitivo y podría crecer más velozmente.  En ese mismo orden de ideas, Estados Unidos necesita más (no menos) mano de obra que trabaje en sus fábricas y en sus campos y que fortalezca a su sector de servicios.  Las trabas que se ponen a la migración de personas debilita a las dos economías y reduce su competitividad.

El nacionalismo que obstaculiza el libre movimiento de personas está hermanado con el prejuicio étnico y cultural y con la pobreza.  Si realmente nos importa el desarrollo y la competitividad del País, deberíamos luchar por eleminar todo vestigio de este tipo de nacionalismo enfermizo, pero se que me estoy quedando solo en la persecución de este propósito.

Roberto Newell es economista y Director General del Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C.  Las opiniones en esta columna son personales.