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A nivel mundial, la pandemia ha sido un golpe durísimo para el bienestar mental y emocional, sobre todo para las generaciones más jóvenes. Las disrupciones a nuestro estilo de vida aunadas a una incertidumbre que parece no tener fin se han traducido en señales de depresión y ansiedad que se deben atender.
Según el reporte Health at a Glance 2021 de la OCDE , México es uno de los países más afectados. En 2020, casi 28% de adultos encuestados presentaron señales de depresión, cifra nueve veces mayor que la de 2019.
Para personas de menor edad, la prevalencia podría ser aún mayor. De acuerdo con la primera ronda de VoCes-19 , una encuesta aplicada en línea para personas de 15 a 24 años en noviembre de 2020, 64% de adolescentes y 71% de jóvenes presentaron síntomas de depresión. Las cifras no son comparables con las de la OCDE, porque vienen de encuestas distintas, pero delinean un problema en el que se debe profundizar.
Durante la adolescencia, el contacto interpersonal es esencial para desarrollar resiliencia, definir identidades y encontrar roles sociales. Por ello, se entiende el incremento en depresión y ansiedad entre los adolescentes. Esto se suma a un panorama económico adverso, en donde por lo menos 3.6 millones de jóvenes abandonaron sus estudios en 2020 para generar un ingreso o perdieron sus empleos en la formalidad .
Desde la óptica de la competitividad, la salud mental es clave para que cualquier persona aproveche su potencial, tenga mejor calidad de vida y sea más productiva. Además, cuando la mente no está bien, las personas no aprendemos bien, lo cual complica aún más revertir el rezago educativo y forjar habilidades necesarias para el mercado laboral.
Esta situación podría generar círculos viciosos que refuerzan una de las principales preocupaciones de los jóvenes: el futuro de su situación financiera.
Los efectos de este fenómeno comienzan a surgir. Hace unos días me enteré de algunas empresas en México que han evitado contratar trabajadores que aprendieron en línea por creer que su rendimiento es menor al de quienes estudiaron de forma presencial. Espero que estos casos sean aislados, pero me pregunto ¿qué estamos haciendo como país para ofrecerle un futuro mejor a nuestros adolescentes y jóvenes?
Poco podemos hacer para detener el avance de Ómicron o para acelerar el fin de la pandemia. Sin embargo, sí es posible reconocer que las afectaciones mentales son una secuela seria que tendrá implicaciones a múltiples niveles y de largo plazo. Para manejarlas será necesario monitorear el avance de estos padecimientos con estadísticas más precisas, invertir en el bienestar de nuestros jóvenes y diseñar acciones que involucren a toda la comunidad -familias, sistema de salud, escuelas, sector productivo y autoridades- para detener esta pandemia invisible.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en Expansión.
17-01-2022