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Tolerar la gangrena

Un médico sabio tiene claro que su reto profesional es atender pacientes y no enfermedades. Esto implica que cada persona tiene reacciones distintas a las causas y síntomas de su dolencia. La corrupción es un mal que aqueja a la vida pública de muchos países. La sociedad y las instituciones de cada nación tienen manifestaciones diferentes ante este padecimiento.

Al igual que varios países de África del Norte, este año, la India tuvo su estación del resentimiento colectivo. Su clímax no ocurrió en la primavera sino en el verano. Anna Hazare, un septuagenario líder popular, inició una huelga de hambre con una demanda muy específica: el Parlamento de la India tenía que aprobar la creación de una oficina con poderes plenipotenciarios para combatir la corrupción.

El ayuno de Hazare estuvo acompañado por protestas y manifestaciones que sumaban a cientos de miles de ciudadanos hartos de los sobornos, las mordidas y las fortunas de origen inexplicable. Hazare definió su lucha como la segunda independencia de la India. La primera fue para emanciparse del Imperio Británico y la segunda para liberarse del yugo de la corrupción. Después de 288 horas sin probar alimento y perder 7 kilos de peso, Anna Hazare logró su objetivo. El Parlamento de la India aprobó una oficina con capacidad de investigar y perseguir al primer ministro, a los miembros del Poder Legislativo, a los jueces y autoridades de los distintos niveles de gobierno. Una revuelta popular logró modificar las normas e instituciones dedicadas a perseguir casos de corrupción.

En Brasil también bailan samba al ritmo de la transa. Dilma Rousseff tomó posesión apenas el 1o. de enero de 2011. En menos de un año de mandato, seis miembros de su gabinete han sido obligados a renunciar como consecuencia de escándalos sobre uso de bienes públicos para fines privados. Los adversarios de Rousseff la acusan de encabezar un gobierno marcado por la corrupción. Ella responde que Brasil siempre ha padecido este mal, pero ahora se acabó la tolerancia a la enfermedad.p>

En Estados Unidos esta semana el ex gobernador de Illinois Rod R. Blagojevich fue condenado a 14 años de prisión por intentar vender el escaño que dejó vacante Barack Obama en el Senado. En caso de renuncia de un senador, la ley permite al gobernador designar al sucesor hasta la próxima elección y Blagojevich se puso a buscar postores para el cargo. James Zagel, el juez que decretó la sentencia, afirmó que el castigo era proporcional al daño que se había hecho sobre la confianza pública en las instituciones de gobierno.

Mientras esto ocurre en la India, Brasil y Estados Unidos, ¿qué pasa en México? Arturo Montiel aparece orondo e impune en los actos del PRI. El PAN es incapaz de expulsar a Fernando Larrazabal, el alcalde de Monterrey cuyo hermano vende quesos y favores en los casinos. En el PRD, René Bejarano reencarna del escarnio con un liderazgo indispensable para la izquierda chilanga.

En India, un movimiento social exigió cambios en las leyes para perseguir la corrupción. En Brasil, el liderazgo político de Rousseff decidió poner fin al hábito de las transas entre sus principales aliados. En Estados Unidos, las instituciones judiciales y policiales reaccionan para dar un castigo ejemplar a un bribón que ostentaba un cargo de elección popular. La sociedad, los liderazgos políticos y las instituciones funcionaron en estos tres países para frenar el avance de la gangrena. Aquí toleramos la corrupción como si fuera una uña enterrada, cuando en realidad es un cáncer terminal. ¿Qué necesita pasar para que ocurra una metástasis en nuestra República, una sinergia entre la corrupción política y el crimen organizado? La omisión negligente del los líderes políticos, la disfuncionalidad de las instituciones y la pasividad de los ciudadanos.