Artículo

EL naufragio de Pemex

“No tenemos por qué maximizar un evento que no lo merece”. Mientras Carlos Romero Deschamps daba este tranquilizador diagnóstico sobre la explosión de una refinería en Tamaulipas, la semana pasada, 30 familias de trabajadores y contratistas de Pemex estaban cubiertas de luto. En una tragedia de esta magnitud, lo natural sería que el líder sindical asistiera a los funerales de sus colegas, exigiera una investigación sobre la tragedia y demandara mejores condiciones de seguridad. Sin embargo, en Pemex las cosas funcionan al revés. Es difícil no maximizar la brutal insensibilidad de este senador del PRI, que encabeza el sindicato petrolero desde 1995.

Pemex es una de las empresas de hidrocarburos más peligrosas del mundo. Antes de la explosión en Reynosa, el índice de incidentes graves era 22% superior al estándar internacional de la Oil & Gas Producers (Reporte de resultados de Pemex, junio 2012). Los riesgos de trabajar en este monopolio energético no se limitan a los peligros inherentes de una empresa de hidrocarburos. En un lapso de dos meses, tres empleados de Pemex han sido asesinados en Salamanca, Guanajuato. Durante 2012, se han descubierto ocho tomas clandestinas de combustible en esta entidad de la República. Las pérdidas acumuladas por ordeñas de tuberías son cercanas a los 800 mil barriles, sólo en la primera mitad del año. Sería muy difícil que este masivo mercado ilegal funcionara en una estructura totalmente ajena a los canales de transporte y comercialización que pertenecen a Pemex Refinación. El robo de gasolinas es una de las líneas de negocio más rentables para el crimen organizado y una de las prioridades más urgentes de la seguridad nacional.

La mafia sindical y la mafia sin adjetivos no son los únicos problemas de Pemex. Por negligencia en la planeación se realizó un cálculo incorrecto de la demanda de gas natural en México. Esta es una de las materias primas claves para la generación de electricidad. En Estados Unidos, hay una sobreabundancia de este combustible a precios muy baratos. Sin embargo, no existen los gasoductos suficientes para garantizar su abasto en México. La alternativa es importar gas por barco a precios mucho más elevados. En verano, Pemex lanzó una apresurada convocatoria para construir un gasoducto hacia la frontera. Esta decisión llegó varios años tarde. Durante el llamado sexenio de la infraestructura se les olvidó construir tuberías de gas que son determinantes para el funcionamiento de varios sectores industriales.

Uno de los mejores amigos de mi vida es un sonriente economista indio de nombre Anit Mukherjee. Durante su infancia en Calcuta, en los años setenta, Anit revisaba todas las mañanas una sección del periódico donde la empresa de luz anunciaba las colonias de la ciudad donde ocurrirían cortes de electricidad. Con esta valiosa información, Anit decidía si su mamá debería comprar velas para la noche o si le convenía ir a casa de un compañero de clase que viviera en un barrio sin apagones.

Cuando escuché la anécdota biográfica de mi amigo, pensé que esta era una historia que sólo podía ocurrir en un país muy subdesarrollado. Hoy en México pasa algo similar. Pemex envía a los grandes consumidores de gas las llamadas “alertas críticas” donde les anuncia un inminente desabasto. Esto implica frenar fábricas, romper cadenas productivas y afectar todo el dinamismo de la industria mexicana. Este error de planeación de Pemex será, durante los próximos meses, uno de los mayores obstáculos al crecimiento del sector manufacturero.

Si Pemex fuera el jugador más importante en un sector energético abierto y competido estos problemas no tendrían un impacto tan radical sobre todo el país. Los recientes anuncios de reservas petrolíferas recién descubiertas serán un buen paliativo para disimular los accidentes, robos de combustible y torpes decisiones gerenciales. Pemex necesita descubrir el yacimiento de modernidad e innovación que sólo se encuentra en las aguas de la competencia económica.