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Empezar de cero

En 1856, Warner-Lambert era una farmacia en Filadelfia, Pensilvania. Un siglo más tarde, este modesto negocio se había transformado en una de las empresas más grandes del planeta. La droguería diversificó su giro para fabricar productos de aseo personal. En 1973, sus ventas eran muy superiores a las de Gillette o Johnson & Johnson. Hoy Warner-Lambert, ya no existe como empresa independiente. En su libro de antropología-empresarial, Good to Great, Jim Collins narra cómo esta compañía forjó a pulso su propia decadencia. Va la historia resumida en pocas palabras.

En 1979, los directivos de Warner-Lambert querían vender productos para el arreglo personal. Un año después abandonaron la idea para volver a competir en el sector farmacéutico. La apuesta no funcionó y regresaron a los anaqueles de las tiendas con artículos de tocador y caramelos. Un director general quería comerciar productos de hospital y su sucesor aspiraba a vender navajas de rasurar, enjuagues bucales, chicles y pastillas de menta. Cada nuevo directivo se afanaba en reinventar la rueda. En el año 2000, Pfizer se engulló a Warner-Lambert y esta firma desapareció de las listas de las compañías más grandes del planeta.

Esta tentación de empezar de cero, no sólo le afecta al sector privado. El problema es mucho más grave con autoridades de gobierno. Basta ver a los municipios mexicanos. Sin reelección consecutiva, ni servicio civil de carrera, la mayoría de los ayuntamientos renueva a todo su personal cada tres años. Al iniciar su mandato, un nuevo presidente municipal debe separar una rebanada del presupuesto para cubrir los costos de liquidación de los trabajadores que laboraban en la administración anterior. Los ayuntamientos no sólo pierden dinero para solucionar demandas por despido, también desperdician el capital humano de personas con experiencia laboral en administraciones municipales.

En el gobierno federal también se cuecen habas. Hace unos días se anunció que el proyecto educativo Enciclomedia será substituido por el programa Habilidades Digitales para Todos (HDT). El yerno de Elba Esther decidió abandonar una inversión de 23 mil millones de pesos, para ponerse a innovar con un nuevo juguete. En lugar de mejorar la funcionalidad de Enciclomedia, la SEP prefiere dinamitar lo ya edificado y construir sobre el cascajo.

Ilona Holland, experta de la Universidad de Harvard, que realizó una evaluación del programa Enciclomedia, afirmó: “El entrenamiento de maestros tiene que ser mejorado… pero el programa de Enciclomedia por sí mismo tiene gran potencial, y puede incrementar sustancialmente los logros del estudiante”. En contraste, la evaluación del programa HDT sostiene: “Se encontró que habían sucedido fallas técnicas en alrededor de un 90 por ciento de las escuelas durante el ciclo escolar… y que tres de cada cuatro escuelas no contaban con acceso a internet”.

Los recursos asignados a HDT podrían servir para capacitar maestros y garantizar que todas las escuelas del país tengan instalaciones adecuadas para operar equipos de cómputo. Sin embargo, el subse-yerno tiene la ambición de dejar su marca en el sistema educativo nacional. Para que el hijo político de Elba Esther imprima su huella, hay que descaminar el sendero por donde habíamos avanzado. Éste no es un proceso de destrucción creativa, como lo describió el economista austriaco Joseph Schumpeter, sino simplemente de destrucción a secas.

No todo es pesimismo. México tiene un ejemplo de continuidad que debería ser motivo de orgullo. En el año 2000, Vicente Fox tuvo la opción de desaparecer el programa de combate a la pobreza, Progresa, diseñado durante el mandato de Ernesto Zedillo. En lugar de destruirlo, Fox sólo lo rebautizó como Oportunidades e inició un acucioso programa de evaluaciones para mejorar su diseño y ejecución. Hoy Oportunidades es ejemplo a nivel mundial y ha sido copiado por docenas de países. Lo mismo pudo haber ocurrido con Enciclomedia.