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Los próximos 99 días

Ayer, Enrique Peña Nieto se convirtió en el vigésimo presidente de México desde que se promulgó la Constitución de 1917. Sus antecesores cometieron algunos errores y otros tantos aciertos. La herencia de cada sexenio es resultado de un conflicto entre la voluntad humana y el azar de la fortuna. Cada Presidente toma decisiones y empuja iniciativas que buscan forjar la narrativa de su tiempo. Sin embargo, la musa Clío recuerda mejor las pifias que los grandes logros. El individuo que aspire a recibir un registro benigno de la historia, mejor que se abstenga de la tarea de gobernar a sus conciudadanos.

Miguel de la Madrid dio los primeros pasos en la modernización económica de México, pero el registro de su sexenio quedó marcado por su ausencia en las horas posteriores al terremoto de 1985. Carlos Salinas de Gortari encabezó la renegociación de la deuda externa y el Tratado de Libre Comercio para América del Norte. Sin embargo, su nombre es el aderezo indispensable de complots y teorías de la conspiración. Ernesto Zedillo impulsó la modernización de la Suprema Corte, la reforma al sistema de pensiones, el nacimiento de la Auditoría Superior de la Federación y los cambios estructurales en el IFE. Muchos de sus compañeros de partido no le perdonan el haber abierto las puertas de la alternancia en el poder. Vicente Fox apoyó la construcción del IFAI, pero su mandato será recordado por la frivolidad versallesca de su cónyuge y el mayor despilfarro de capital político del que se tenga registro.

Felipe Calderón decretó la extinción de Luz y Fuerza del Centro y dio un tibio aval a la instauración de los juicios orales. En el ocaso de su sexenio empujó una importante reforma laboral, así como la armonización contable en estados y municipios. A pesar de estos logros, el gobierno que terminó antier estará marcado por la violencia criminal y la pobre rendición de cuentas de las fuerzas de seguridad, en especial la PF.

Con estos antecedentes, Peña Nieto deberá responder dos preguntas: ¿Cómo quiere que lo recuerden los mexicanos? ¿Cómo anhela que la Historia registre su mandato? Antes que la adversidad comience a redactar la historia de este impúber sexenio, el nuevo Presidente deberá tomar la iniciativa. El discurso de ayer fue un buen principio. Si efectivamente se implementa un Servicio Profesional de Carrera Magisterial, esto implica que en los hechos el gobierno recuperará la potestad sobre la educación básica. El censo de maestros, que llevará a cabo el Inegi, permitirá arrojar luz sobre una sencilla pregunta que hasta ahora no ha recibido cabal respuesta: ¿Cuántos maestros trabajan en las primarias y secundarias públicas del país? Ambas iniciativas le impondrían un poderoso contrapeso a la emperatriz vitalicia de nuestro sistema educativo. Estas propuestas constituyen la piedra de toque de un ambicioso legado presidencial.

En el corto plazo, la fatalidad le impondrá dos desafíos al nuevo gobierno: el precio de los alimentos y la escasez de gas para producir electricidad. Una grave sequía en Estados Unidos tendrá como consecuencia una mala cosecha de maíz y un incremento en los precios del grano a nivel mundial. Las pifias para invertir en gasoductos han generado un desabasto energético en diversos sectores industriales. Ambos problemas tendrán efectos sobre el dinamismo económico y la estabilidad política. Cada una de estos retos serán dos oportunidades para medir la capacidad de manejo de crisis del nuevo gobierno.

Otra circunstancia clave para ponderar la voluntad de cambio ocurrirá en los primeros días de febrero, cuando el Ejecutivo federal envíe al Congreso las dos primeras iniciativas preferentes del sexenio. El futuro de México no está para tibiezas, ni excesos de prudencia. La estatura de la ambición histórica será equivalente al alcance dichas reformas. El capital político es un patrimonio que caduca pronto. Lo que ocurra en los próximos 99 días marcará la pauta de los siguientes seis años.